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miércoles, 28 de mayo de 2008

Tiempo


No tenía nada que perder -ni siquiera sudor, ya no le quedaba- ¿Risas? ¿Afecto? Qué va… los seres como él comían niños en el desayuno. Él sólo tenia sus viejas botas y sus pantalones roídos; la sombra del cuervo cubriéndole los ojos de sepulturero y la espalda hacia el sur.

¿Qué aventuras le esperarían? Tal vez sería cierta la historia aquella de Xuntuáh y su calles de hielo, sus mujeres azules y los caballeros de jabón…

Xuntuáh…. La mística y enamorable Xuntuáh… ¿Cuál sería su primer acto antisocial cuando cruzara las puertas de la mítica comuna? Morder el cuello del capellán pueblerino seguramente le produciría saciedad. Eso. Eso… una pequeña pero memorable felonía… como visitar furtivamente el dormitorio de Naila, la vestal del templo de Fabos, o abrir la puerta de los bisontes sagrados, para dejarlos ahogarse en el rio de sal que deshidrata las calles xuntuhénses

Tenia tiempo. Desgastarse más planeando su venganza social que surcando las olas de piedra que enmarcan al Camino Real, seguramente valdría la pena. Los mortales aprenderían a la mala -si era necesario-. Tenía tiempo…

Tenía tiempo.




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domingo, 25 de mayo de 2008

(Paréntesis)

Escribirle a usted sería poco menos que un insulto, cual signo y síntoma de la más fiera e insolente indignidad.

A usted no puédesele escribir –sin insultarlo- ni un recado de buenas noches, ni una receta, ni una tarjeta de navidad.

No. A usted no. Que sería imposible e inaudito intentar besarle los labios con el filo de las letras; rozarle el cabello con una rima forzada, o ahogarle la voz con una frase final.

Está usted condenado a ser admiración y recelo en los ojos que nadan por sus letras; a ser punto vacío entre la rabia y el consuelo de las mujeres que le abran las piernas;
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a ser distancia insalvable y eterna entre sueño y realidad.






...he estado pensando en cuervos, muchos.


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martes, 20 de mayo de 2008

El Sol de Xuntuáh


Calzó sus botas pesadamente, con ademán resuelto y olvidado. Saltó la verja sin problemas, dejando de lado el polvo salpicado en el azul grisáceo de sus pantalones roídos. Una mirada al horizonte: norte o sur, sur-norte, sur, sur… norte… dejó la decisión a las alas de un cuervo e inició la marcha hacia el sol de Xuntuáh.

Llevaba cargando muchos suspiros al cuello. Tantos amores que dejó llorando bajo las mismas ilusiones… Las amó. Claro que las amó; pero a su particular y cochina manera. Les desgarraba la razón con su voz pausada y melosa, y tras desnudarles los ojos con el filo de la lengua, les devoraba el alma y dejaba en huesos el corazón.
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Claro que las amó. Pero no se piense que le colgaba de los hombros la acción gravitacional de sus mujeres. Tampoco le sangraban las uñas en la espalda, los dientes en los labios, el éxtasis en la voz. Nonono… solo le pesaban las botas y las deudas… ¿Los sueños? ¿Cuáles? Desde pequeño había aprendido que la felicidad y Santa Clause son cuentos de niños… leyendas… como el sol de Xuntuáh…
Leyendas.

domingo, 18 de mayo de 2008

Cuervos, cuervos, cuervos



Hoy debería de estar hablando incansantemente de él y sus manos deformes. Describiendo cada uno de sus audaces movimientos, desmenuzando las risas y destilando los “a-a-a-a.”

Debería tener una crónica pormenorizada de la vertiginosa travesía; una memoria fotográfica y una marca en el cuello de la cual hablar.

Sin embargo yo sólo tengo el exilio de su nombre en mis labios; la amnesia somnolienta en mis desvíos rondando; y en inconmensurable estima mi garganta y su integridad.







Pero por eso yo...

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sábado, 3 de mayo de 2008

Ahora no


Ahora no. Por alguna extraña razón, ahora no quiero verle los ojos de mal mentiroso que pone al verme. Ahora no quiero ignorar los comentarios sutiles, ni rastrearle el doble fondo a su mezquina confusión. Nonono… ahora su visita no representa ningún consuelo; ni sus excusas valen si quiera el dolor de perderlo; ni tengo la duda del sabor de su amor.

No. Esta vez –definitivamente- no quiero verlo. Que me llame, que me busque: no estaré
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Ya perdí el tiempo que tenía para evocarlo, para buscarle el alma tras el velo de los párpados, para paladearle la hiel del corazón.
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Y no. Ahora no. Que infructuosamente, -aquellas veces-, le arrastré mi amor sangrante por entre los colmillos; le abrí las puertas –y otras cosas- para sufrirle los años y llorarle el destino; le pedí perdón tantas veces, que olvidé la razón.
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Aquellas veces, y otras tantas… pero no, ahora no.







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