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viernes, 27 de junio de 2008

Gayena [F.F.F]

Volver era lo último que el hombre necesitaba. Prefería seguir apedreando los balcones de Naila, alimentarse con carne de búfalo, acosar al capellan. No era que su misión no estuviera completa ahi, -después de su ausencia Xuntuáh jamás volvería a ser la misma-. Pero no. Lo que le doblaba las corvas era algo mucho más temible qe la ira de los feligreses y santos xuntuehnses.

Lo que él temía era volver sobre sus pasos, y en cada huella escuchar un nombre fantasmagórico que le rompiera el éxtasis con su recuerdo y defectos. Temía sus rostros impávidos al cruzarse -inevitablemente- con sus ojos vacios. Eso... y las voces esperanzadas que aun vibraban al escuchar la celestialidad de su nombre; los puños encrispados que seguramente le sonreirían, y algun otro suspiro que indefectiblemente lo habría de evocar.

¡ Terror ! Era eso lo que sentía. ¿A cuántos ejércitos habría de enfrentarse? ¿A cuantos exilios se condenaría? ¿Cuántos nombres tendría que adoptar?
La salida a todas sus helénicas pesadillas se encontraba -entonces y siempre- en Xuntuáh...
-la mística y enamorable Xuntuáh-




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martes, 3 de junio de 2008

Villa Pasado

Había tantas cosas por hacer. Corazones sinceros con guardias desprotegidas; conciencias y piernas relajadas que facilmente se doblegarían ante él. Xuntuáh era perfecta. ¿Por qué querría dejar atrás este paraíso azulado? Volver sobre las huellas de sus botas era practicamente un sacrilegio.

Volver... Volver para qué... ¿Para esquivar sagazmente el filo de las lenguas que le esgrimían la conciencia? ¿Para ocutar sus temores entre las torres del templo San Juan?

No. Volver no era -definitivamente- una opción viable. Era regresar a ese pueblo de quinta lleno de santurrones y asustadizos; a los convencioanlismos sociales perpetuos que lo habían hecho irse en primer lugar.

Xuntuáh era libre. -mística y enamorable- y Villa Pasado no era otra cosa que la plaza más sencilla de olvidar.

¿Para qué volver...? No era como que alguien lo esperara. No era como que sintiera júbilo de respirar su aire terrozo, pasearse por sus calles reparchadas, tomar la sombra en los arcos húmedos de la comunidad. Volver era más bien un destierro definitivo -irónicamente;- el punto cero de su travesía, el fondo que necesitaba tocar.


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