Me falta vergüenza para robar las letras des-rimadas de una mujer vampira. No es que me des-sorprenda el dolor que le causen las balas solitarias que han engreído nuestra tierra, pero estoy acostumbrada a des-apreciar cualquier cosa que me descontente.
Es casi una pasión y por nada una descostumbre. Disgusto del afán de tantos de la publicidad más vana. La juzgo –dirán algunos- mas no la condeno (¿Quién podría condenar tanta pus y tantas yagas?)