He concluido en llamarle “el hombre del defecto”. No lo digo -quede claro- por la plata prematura que le enmarca las sienes, ni por la altura incómoda, los brazos delgados, o la mancha del sweater que llevó al salón.
Él resulta ser un hombre defectuoso, -por mucho que el defecto sea sólo uno-. Un defecto que le opaca los besos dulces que tiene; la mirada tierna; las posibilidades sexosas que –confieso- alguna que otra vez me han acompañado al soñar.
Aun defectuoso lo he esperado en cierto modo, como esperan las ánimas al día de muertos, o esperan las aves al sur. Lo he deseado, lo confieso, aun con su defecto de siete letras y un aborto, con su palabra vacía o con su infidelidad.
Al hombre del defecto lo saludo en lo lejano; lo deseo la próxima coincidencia; lo ignoro al pasar.
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ash Martita, pa qué te haces del rogar?
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