Me abrí las costillas, entonces. Le dije “ahí está, ¿lo ves? Enegrecido, langiducho, remendado. Eso de ahí; sí, eso: ¡tómalo! Es tuyo… ve y haz con él lo que te plazca.” Lo tomó sin miedo. -Ufano, satisfecho, colmado-. A algún lugar se lo llevó. Yo tengo un costillar en cada mano.
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