Me quedé para ver que te has ido;
para gozar tu ausencia en la vastedad de mi mundo de dos metros. Me quedé para
cerciorarme de que cargaste con todo lo que te pertenecía: mi aroma, mis
sueños, mi vida de canto y farra.
Me quedé aquí, a la sombra del
olvido que plantaste, para trabar la puerta tras el eco de tus pasos; para no
creer, ingenuamente, que volverías so pretexto de olvidar tu sonrisa en la
mesita del café.
Me quedé para enmendar que tú te
fuiste; para que hubiera quien salvara tu nombre del vacío de la ausencia; para
crearte en las letras que se exhalan por mis dientes y materializarte
brevemente en mi aliento. Me quedé aquí, mi amor, para probar que ni aun tu
derrota me haría claudicar.
Me quedé para convencerme de que
no volverás.
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