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sábado, 11 de junio de 2011


Entonces el Diablo dijo,

Es necesario ser Dios

para que le guste tanto la sangre.

[José Saramago. El Evangelio según Jesucristo]



Desquicio bajo el riesgo de hundirme víctima del peso de mis raquíticos estudios teológicos; con la omnipresencia imposible de tantos y tantos dioses –finitos, famélicos, soberanos, destructores- acechándome en cada golpe de pluma –o tecla-.


No me obste para decir que no son dioses los dioses que se multiplican en la sangre de sus endiosados; que no hay pasión en las muertes de sus corderos –divinos o no; humanos o no-.

No hay Dios en los abandonos eternos, en los descuidos callejeros, en las coincidencias paupérrimas. No hay Dios en las obediencias injustas, en las tragedias impuestas y resignadas.

Que haya Dios en los valles; en las risas; los trinos; los orgasmos. Que haya Dios en las Vidas, las verdades, las desgracias sinceras y disfrutables.

Que haya Dios, mortales. Que haya Dios.








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