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lunes, 17 de noviembre de 2008

Al Cubo

Que te alejes por un tiempo de mi lado,
que me dejes en paz.
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No tendría yo fuerza para ir a buscarte. Para intentar desentrañarte de la oscuridad de mi recuerdo y mi desesperanza. No tengo ánimos para descifrar la torpeza del destino, para inquisitar su burdo sentido del humor y la desgracia ajena. No quiero, siquiera, preguntarme por ti. No quiero saber de tu presencia intermitente, ni en mi realidad, ni en mis deseos. Quiero que me des lo mismo, que me valgas la casi nada que te valen mis besos. Quiero que seas menos que un tiempo verbal mal conjugado; que te desvanezcas de la forma en que se me consume el deseo una vez que te has ido.
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No quiero saber de ti, ni de las mujeres y vivencias que te veo y te imagino. No quiero el amor famélico que te siento en los abrazos y te huyo en los besos. No quiero vivirte de nuevo en los sueños que ya por mucho he vivido.
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Quiero sacarte de mí, huir de tus domingos y tus días feriados; de tu hastío de media tarde que te lleva a marcar el número que identificas conmigo. Quiero exiliarte de mis abrazos vacíos, de mis vestigios de derrota con a sabor a septiembre y aroma de estío. Quiero olvidarme de enero, de los perdones que te habría escupido si no fuera porque ya no valen tres cominos.
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Te quiero ausente. Te quiero fuera de cualquier pretensión que pueda levantarme de la cama. Te quiero fuera de cualquier duda que pueda fruncirme el entrecejo; de cualquier temblor que me force una sonrisa.
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Te quiero lejos, mi bien, te quiero uno, que te concentres en un cuerpo y un amor, que dejes de perseguirme con tus tres cabezas y 12 colmillos; que me dejes, mi bien, que te largues.
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miércoles, 12 de noviembre de 2008

¿De Dónde Salen las Rosas...?

Yo nunca había amado a un profe. Qué pendejada resulta suspirar por una persona inalcanzable que tiene cualquier encanto… o que carece de él, pero que se antoja enamorable ante los ojos de cualquier alumnete con problemas psicológicos relacionados con su padre o con su madre, ja.

Yo, debo reconocer, no le encuentro el menor atractivo -físico- aparte de las manos.. mmmmmm, las manos… los ojos, pues no están mal, la verdad no soy muy amante de los extranjerismos; su cuerpo famélico ni siquiera hay que mencionarlo, jajaja, aunque sí es muy resaltable el hecho de que convine a la perfección sus calcetines con su pantalón. –digo, por aquello de que no importa paso que dé, el dobladillo siempre le subirá varios centímetros-

No lo considero, tampoco, el más brillante. –Quizá porque todo el mundo me lo pintó como la redención de la inteligencia y la sabiduría, comprimidas ambas en un cuerpo de 40 centímetros de diámetro… lo que yo llamo el fenómeno “La Pasión de Cristo”- Digamos que el cuate se ha paseado por todas las materias, y ha venido a vomitarnos sus conocimientos tan tempranos y aglomerados –junto con su altivez-... bien por eso; felicidades; lo que sea.

Pero ¡Dios! ¡Oh, DIOS! ¡¡Tiene una arrogancia tan exquisita!! Me encanta la forma en la que escupe su soberbia y malavibra sobre los rostros desprotegidos de todos los mortales, y ¡VEANLOS! ¡Se ríen con EL! De Ellos mismos, se ríen con él. ¡Podría mandarlos a todos a chingar a su padre –pa’que les duela a los machistas- y ellos darán las gracias, y se bajarán los pantalones! Jajajajaja. Es tan superior e inalcanzable, tiene un humor tan macabro, le gusta tanto ver por el rabillo del ojo y hacia abajo, que ¡Dios¡, ¡OH DIOS! Verlo malvado es casi orgásmico.
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lunes, 10 de noviembre de 2008

María Mariquita

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La conocí una fría noche de viernes. Volaba hacia mi ausencia, montada en su nube de enaguas verdes. “Kórima” me dijo… yo miré instintivamente hacia mi plato y empecé a mover negativamente la cabeza, con esa costumbre que tenemos los chabochis de negarnos a todo lo humanamente negable. “¡AH! Espera!” le dije. –no se piense que por irrespetuosa e igualada: le hablé de “tú” solamente porque era joven- Recordé en mi bolsa unas cuantas monedas y tomé la más grande, como queriendo exorcizar en su kórima el consumismo de toda la semana.

-¿Chu mu rewé?- le dije aventuradamente.
-“María Mariquita” - contestó entusiasmada.

Qué país tan afortunado el que permite a sus mujeres llamarse María Mariquita sin complicaciones; el país que las transporta flotando, en enaguas verdes, por el océano de luces y asfalto, así, sin salpicarse de humo ni chabochez-

Tenía el rostro tranquilo y curioso, con todas las respuestas a preguntas infinitas tatuadas en la frente. Parecía querer contarlo todo, escupir los milenios de silencio y exilio, los sueños de oportunidades, los kórimas consuetudinarios. No tenía los ojos hambrientos, ni los labios mentirosos, al contrario de otros tantos de su raza; ella era pura y buena, eterna y gallarda.

-Qué bonito nombre, Mariquita.
-Gracias. Usted, ¿Cómo se llama?
-Eva. – Le sonreí, empatizada-.
-Qué bonito. –se ruborizó levemente-
-Matétera-ba, -le contesté, ya que estábamos en confianza-
-Gracias, -dijo ella, llevándose, en la frente, las respuestas a todas las preguntas que me sobraban.

Qué ganas no tenía de invitarla un café como el que me sangraba el bolsillo. De preguntarle, con mi rarámuri torpe, cualquier pregunta que tuviese el más mínimo sentido “Dime, Mariquita, ¿Acaso es negro el perro?, ¿Esa camisa es blanca? ¿De dónde vienes? ¿Dónde está tu mamá?” Ella, seguramente, en su bondad eterna de pies ligeros, no haría burla de mi acento golpeado, ni de mi testarudez chabochi. Quizá contestaría maternalmente; me contaría una o dos leyendas; me explicaría el verde de su enagua.

Haríamos un improvisado árbol genealógico, que nos llevara a concluir que somos hijas de la misma tierra, que nos parió el mismo campo. El café, probablemente, sería demasiado complicado para ella, -yo estaría encantada de simplificarlo con algo de pinole blanco-

Me pregunto si extraña su tierra, me pregunto, incluso, si esa tierra es siquiera la suya; o si, por el contrario, vive arrostrada por el ánimo inquebrantable de sus ancestros, de ser siempre ellos, y nunca nosotros. –Deberíamos todos de ser un poco rarámuris-

Me quedé con la bebida humeando entre mis manos. Flotando en la enagua verde se fue María Mariquita, arrastrada –casi- por la horda de mujeres enaguadas que le escoltaban el paso. Yo fui, tras su ausencia, a la vez más humana, y a la vez más pobre. ¡Cuánto no me hubieran enriquecido las respuestas surcadas en su frente!

Bebí, entonces, casi resignadamente, y ese sorbo de café en mi garganta fue el más solitario de los tragos.

Arioshi be, quise decirle… pero la indignidad me cerró los labios.







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sábado, 8 de noviembre de 2008

Amoroso

No te diré que te he esperado.
No te confesaré que te he buscado en las fiestas
Y en los rincones en que tantas veces existimos.
No sabrás que te espío en mis cuadernos,
En las cartas que absorta e ilusionada te he escrito.

No sabrás de mis sueños en tu nombre,
De las ausencias que me sangras siendo tan pleno y tan lejano;
De lo sublime que te veo ahora;
De lo vano que ha dejado de ser tu nombre
A pesar de que nunca te consideré parco.

No sabrás, mi bien,
Que te anhelo como te anhela cualquier mortal desprotegido.
Que quiero tenerte en boca de quien sea, de cuantos sean.
Que te extraño como nunca,
Que me faltas como siempre.

No te forzaré a que vuelvas,
Pero, sábelo,
Te esperaré hasta que llegues.














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domingo, 2 de noviembre de 2008

Yo no podría, jamás, medir los amores.
Erigirme como quien más le ha querido;
Condenarle como quien poco me amó.

No podría, por nada,
Atreverme a ser el amor de la vida;
Jurarle amor eterno e imprescriptible;
Saberle último, nombrarle infinitud.

No me arriesgaría
A jurar ante algún bezo
Que he vivido todo y que con placer moriría.
No me tragaría
Cuentos de eternidades
Sueños blancos,
y dorada paz.

No querría, -supongo-,
Dudar que hay amor que siglos dura,
Para no darme cuenta, de fe desnuda,
Que lo he tenido todo
Excepto plenitud.




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