Que te alejes por un tiempo de mi lado,
que me dejes en paz.
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No tendría yo fuerza para ir a buscarte. Para intentar desentrañarte de la oscuridad de mi recuerdo y mi desesperanza. No tengo ánimos para descifrar la torpeza del destino, para inquisitar su burdo sentido del humor y la desgracia ajena. No quiero, siquiera, preguntarme por ti. No quiero saber de tu presencia intermitente, ni en mi realidad, ni en mis deseos. Quiero que me des lo mismo, que me valgas la casi nada que te valen mis besos. Quiero que seas menos que un tiempo verbal mal conjugado; que te desvanezcas de la forma en que se me consume el deseo una vez que te has ido.
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No quiero saber de ti, ni de las mujeres y vivencias que te veo y te imagino. No quiero el amor famélico que te siento en los abrazos y te huyo en los besos. No quiero vivirte de nuevo en los sueños que ya por mucho he vivido.
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Quiero sacarte de mí, huir de tus domingos y tus días feriados; de tu hastío de media tarde que te lleva a marcar el número que identificas conmigo. Quiero exiliarte de mis abrazos vacíos, de mis vestigios de derrota con a sabor a septiembre y aroma de estío. Quiero olvidarme de enero, de los perdones que te habría escupido si no fuera porque ya no valen tres cominos.
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Te quiero ausente. Te quiero fuera de cualquier pretensión que pueda levantarme de la cama. Te quiero fuera de cualquier duda que pueda fruncirme el entrecejo; de cualquier temblor que me force una sonrisa.
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Te quiero lejos, mi bien, te quiero uno, que te concentres en un cuerpo y un amor, que dejes de perseguirme con tus tres cabezas y 12 colmillos; que me dejes, mi bien, que te largues.
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