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jueves, 31 de julio de 2008

Gochimea Okwá

Y es que es él un dolor delicioso; una tortura lenta y disfrutable; una aguja en un pajar. Tiene él el correr de mi tiempo atado a sus pasos, y el resplandor de mi dicha tatuado en la espalda; el hastío de mis horas muertas le enmaraña el cabello, y el rojo de mis impuras pretensiones le resbala por el perfil.

¡Qué afable suplicio el que me mantiene tras sus pasos! ¡Qué embelesada distancia la que me separa de su pos! ¡Qué saciedad inaudita la de su voz en mi desquicio! ¡Qué doblegada e indefensa la resistencia de mi amor!

Y es que es él el desvelo diligente; la endorfina adictiva y añorable; el suspiro frente al mar. Vive él en el amor sulfuroso de mis desvelos apáticos, y en el vaivén temerario entre mi embeleso y mi olvidar. La esperanza de mi amor robótico le brilla en el iris, y el platino de mis ansias mortales le enmarca el jamás.

¡Qué gustoso y jovial el corazón que le ama! ¡Qué sumiso y endeble el temor de no tenerlo jamás! ¡Cuántos sueños! ¡Cuánta vida en sus labios anegada! ¡Qué sutil la diferencia entre anhelo y exigüidad!




Hasta aquí te escribo. Déjame Seguir soñando.
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sábado, 19 de julio de 2008

Carta Abierta para un Destinatario Específico


Yo fui muy feliz con usted. -Definitivamente, más de lo que pensé que sería-. Sentí cosas increíbles, que -debo confesarlo- jamás pensé sentir.

Yo fui muy feliz con usted, joven… y ciertamente me habría encantado cambiar ese tiempo verbal tan finito y augusto por un eterno y jovial conjugacional.

Sin embargo no es así. Pues no están sus letras, sus palabras, ni sus amores, para lisonjearme ni la paz, ni la esperanza; ni están sus desvelos para clavarse en mis ojos, ni sus futuros para andar tras de mi.

Yo lo comprendo, joven… y no obstante la daga en el pecho y la sangre chorreante, digna e intrépida lo invito a partir.

Créame, mi amor extinto, que no serán mis ruegos quienes lo aten a esta tierra; ni mis suspiros estrellados en sus sordos oídos los que lo inciten a mirar atrás.

Yo, a partir de hoy, pensaré en usted como se piensa en un buen recuerdo; como se ocurre una travesura de liceo; como se añora un tiempo mejor.

Pensaré en usted, -definitivamente-, y recordaré los momentos tan variados y felices que enmarcaron nuestros días; y tras traerlo a mi mente, lo sacaré de mi corazón… usted, -ya entero, vengativo, y arrogante-, me mirará con el rabillo del recuerdo y evocará lo peor.

Yo… yo ya no le lloraré. Y, ciertamente, tampoco le perseguiré el desamor por el filo de la lengua; ni esperaré que su gracia se pose en mis labios, ni su pasado me arrulle al soñar.

Yo desearé, -entre tantas cosas- que sus desplantes y desquicios sean tan verídicos como el dolor que usted me causa; y que jamás pretenda volver sobre sus pasos, ni se arrepienta de su actuar.

Deseo, joven, sinceramente, ser yo para su olvido el aperitivo de media tarde; para su recuerdo una confesión incómoda; para su desgracia un punto toral.

Créame, -por favor- que lo deseo con el alma… pues si volviesen sus ruegos a arañarme los talones sería infinita su penuria y perpetua su adversidad.

No tendría lugar en mi seno la más mínima consideración por sus manos dobladas; ni gotearía –en lo absoluto- su amor resurgido, del lagrimal de mi paz.

Sería usted, joven, un perdedor mediocre y un infortunado exiguo, que teniendo mi redimido amor a sus pies rendido, vengó la muerte de su orgullo, a costa de la más mesiánica felicidad.

Séase así, mi amor extinto, y viva usted su desprecio con el fervor que lo incite su serenidad.

Pero sépase usted advertido y resignado, de que si lo trajese a mi puerta el arrepentido anhelo de buscar mis labios, no encontraría en ellos más que daga, vacío y final.





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