Qué amargos son los momentos de deshoras; de incertezas
mancilladas por los deseos más atroces: los sádicos, los autodestructivos.
Cortar este cordón sensitivo que nos conecta en algún nivel inimaginable; en el
de los sueños perpetuos: los menos creíbles.
Avanzar en un suspiro los
trescientos años que me faltan para olvidarte; para desvanecer del mapa de las
posibilidades todos los deseos infecundos que tuvimos, para ahogar de una vez y
para siempre al monstruo triteste que
llamamos amor.
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