Cuando bajamos de las montañas,
cargando en nuestras mochilas
a nuestros muertos y a nuestra historia,
venimos a la ciudad a buscar la patria.
La patria que nos había olvidado
en el último rincón del país;
el rincón más solitario,
el más pobre,
el más sucio,
el peor.
Subcomandante Marcos, 1994
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¿Cómo puede una persona orgullosa de su tierra decir que vive en el peor de los rincones? ¿Cómo puede atreverse a llamarlo el más sucio de los mismos; el último? ¿Dónde radica la razón del cuantitativo de lo malo? ¿Una tierra verde, con agua, recursos, futuro, puede llamarse la peor de las tierras?
No puedo dejar de pensar en los antepasados que nos dieron – no patria- sino estado. ¿Qué fue de aquellos vencedores del desierto que años después de iniciada la colonización vinieron a morir de sed entre nuestras dunas? Aquellos verdaderos valientes, desterrados del centro y del sur que vinieron a surcar mezquites y a esquivar desgracias. Ellos, los que verdaderamente fueron escupidos al peor de los rincones, al más seco, al más odiado, al PEOR. Mi gente –nuestra gente- trabajó y trabaja porque no le queda de otra. No tenemos manera de estirar la mano a pedir pan, agua, limosna. Nuestra tierra nos ha hecho reacios, tercos, gruñones. Para nosotros no hay más grande ofensa que un hombre que no trabaja, que pide sin merecer, que se queja sin razón alguna. Afrontamos y superamos. El clima nos ha moldeado. La sed y el desierto se nos ven en las sienes y nos obligan a arrancarle vida a esta tierra yerma a punta de esfuerzo y perseverancia. No tenemos tiempo de gastar energías en lo que no lo merece, lo que no nos llene la boca de pan, las manos de callos. El norte se ha construido a si mismo, y una vez ufano y engallado a construido para los demás.
El norte es ahora rico, ha surgido de la más absoluta de las pobrezas. Aún así, los ricos, -los verdera y originalmente ricos- se atreven a jactarse y regodearse en su pobreza. Se llaman olvidados, abatidos, víctimas, merecedores. ¿Qué hicieron 500 años antes? ¿Cuándo decidieron vivir de lo que cualquiera les diera –llámese naturaleza, o gobierno-? ¿Cómo se permitieron llegar hasta ahí? No quiero menospreciar ni desdeñar a la gente –aquella gente- que viva a horcadillas en las esquinas del sur de nuestra patria. La gente que tenga hambre y carezca de un gobierno que le responda. Pero este será el problema de esa gente: buscará por siempre que el gobierno le responda, como le ha respondido la vida eternamente; se cruzará de brazos esperando soluciones, sin jamás salir a buscarlas en donde deba. Las buscará, al contrario, en las armas, la exigencia y la violencia, pero nunca en el empeño, el trabajo, la superación. Esta gente –aquella gente- estará condenada por siempre a ser un lastre para los nuestros. Nos pedirá y a regañadientes le daremos, nos gritará y como siempre la ignoraremos, nos toleraremos en nuestro idílico arraigo domiciliario hasta que aquellos mueran de hambre debajo de algún platanar.
¡Qué grandes son las diferencias de nuestra gente y nuestra tierra! Quizá sea eso lo que nos tenga amarrados en la casilla en la que estamos. Algunos queremos salir adelante, y lo hemos hecho histórica y consuetudinariamente; otros se han aferrado a ser las eternas víctimas del cuento, y demandan ser indemnizados por quién sabe qué antiguo pesar.
Señores: Si viviésemos nosotros en aquel olvidado y peor rincón de ustedes, y lo convirtiéramos en lo que hoy es nuestro seco y arenoso paraje, vendrían entonces a quejarse, demandar, lloriquearnos con tierra en la sonrisa y la tez azulada, pues jamás habrían buscado mejora alguna para la tierra yerma en la que viviesen. Nosotros les diríamos ¡Pobres! ¡Desafortunados! ¡MALDITOS!, ¡Que busquen mejores tierras; mejor provecho; mejor condición!.
¿Qué les falta? ¿Qué les negó la naturaleza? ¿Qué no les han dado? Les falta Deseo, señores, Deseo y Trabajo.
No puedo dejar de pensar en los antepasados que nos dieron – no patria- sino estado. ¿Qué fue de aquellos vencedores del desierto que años después de iniciada la colonización vinieron a morir de sed entre nuestras dunas? Aquellos verdaderos valientes, desterrados del centro y del sur que vinieron a surcar mezquites y a esquivar desgracias. Ellos, los que verdaderamente fueron escupidos al peor de los rincones, al más seco, al más odiado, al PEOR. Mi gente –nuestra gente- trabajó y trabaja porque no le queda de otra. No tenemos manera de estirar la mano a pedir pan, agua, limosna. Nuestra tierra nos ha hecho reacios, tercos, gruñones. Para nosotros no hay más grande ofensa que un hombre que no trabaja, que pide sin merecer, que se queja sin razón alguna. Afrontamos y superamos. El clima nos ha moldeado. La sed y el desierto se nos ven en las sienes y nos obligan a arrancarle vida a esta tierra yerma a punta de esfuerzo y perseverancia. No tenemos tiempo de gastar energías en lo que no lo merece, lo que no nos llene la boca de pan, las manos de callos. El norte se ha construido a si mismo, y una vez ufano y engallado a construido para los demás.
El norte es ahora rico, ha surgido de la más absoluta de las pobrezas. Aún así, los ricos, -los verdera y originalmente ricos- se atreven a jactarse y regodearse en su pobreza. Se llaman olvidados, abatidos, víctimas, merecedores. ¿Qué hicieron 500 años antes? ¿Cuándo decidieron vivir de lo que cualquiera les diera –llámese naturaleza, o gobierno-? ¿Cómo se permitieron llegar hasta ahí? No quiero menospreciar ni desdeñar a la gente –aquella gente- que viva a horcadillas en las esquinas del sur de nuestra patria. La gente que tenga hambre y carezca de un gobierno que le responda. Pero este será el problema de esa gente: buscará por siempre que el gobierno le responda, como le ha respondido la vida eternamente; se cruzará de brazos esperando soluciones, sin jamás salir a buscarlas en donde deba. Las buscará, al contrario, en las armas, la exigencia y la violencia, pero nunca en el empeño, el trabajo, la superación. Esta gente –aquella gente- estará condenada por siempre a ser un lastre para los nuestros. Nos pedirá y a regañadientes le daremos, nos gritará y como siempre la ignoraremos, nos toleraremos en nuestro idílico arraigo domiciliario hasta que aquellos mueran de hambre debajo de algún platanar.
¡Qué grandes son las diferencias de nuestra gente y nuestra tierra! Quizá sea eso lo que nos tenga amarrados en la casilla en la que estamos. Algunos queremos salir adelante, y lo hemos hecho histórica y consuetudinariamente; otros se han aferrado a ser las eternas víctimas del cuento, y demandan ser indemnizados por quién sabe qué antiguo pesar.
Señores: Si viviésemos nosotros en aquel olvidado y peor rincón de ustedes, y lo convirtiéramos en lo que hoy es nuestro seco y arenoso paraje, vendrían entonces a quejarse, demandar, lloriquearnos con tierra en la sonrisa y la tez azulada, pues jamás habrían buscado mejora alguna para la tierra yerma en la que viviesen. Nosotros les diríamos ¡Pobres! ¡Desafortunados! ¡MALDITOS!, ¡Que busquen mejores tierras; mejor provecho; mejor condición!.
¿Qué les falta? ¿Qué les negó la naturaleza? ¿Qué no les han dado? Les falta Deseo, señores, Deseo y Trabajo.
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