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lunes, 10 de noviembre de 2008

María Mariquita

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La conocí una fría noche de viernes. Volaba hacia mi ausencia, montada en su nube de enaguas verdes. “Kórima” me dijo… yo miré instintivamente hacia mi plato y empecé a mover negativamente la cabeza, con esa costumbre que tenemos los chabochis de negarnos a todo lo humanamente negable. “¡AH! Espera!” le dije. –no se piense que por irrespetuosa e igualada: le hablé de “tú” solamente porque era joven- Recordé en mi bolsa unas cuantas monedas y tomé la más grande, como queriendo exorcizar en su kórima el consumismo de toda la semana.

-¿Chu mu rewé?- le dije aventuradamente.
-“María Mariquita” - contestó entusiasmada.

Qué país tan afortunado el que permite a sus mujeres llamarse María Mariquita sin complicaciones; el país que las transporta flotando, en enaguas verdes, por el océano de luces y asfalto, así, sin salpicarse de humo ni chabochez-

Tenía el rostro tranquilo y curioso, con todas las respuestas a preguntas infinitas tatuadas en la frente. Parecía querer contarlo todo, escupir los milenios de silencio y exilio, los sueños de oportunidades, los kórimas consuetudinarios. No tenía los ojos hambrientos, ni los labios mentirosos, al contrario de otros tantos de su raza; ella era pura y buena, eterna y gallarda.

-Qué bonito nombre, Mariquita.
-Gracias. Usted, ¿Cómo se llama?
-Eva. – Le sonreí, empatizada-.
-Qué bonito. –se ruborizó levemente-
-Matétera-ba, -le contesté, ya que estábamos en confianza-
-Gracias, -dijo ella, llevándose, en la frente, las respuestas a todas las preguntas que me sobraban.

Qué ganas no tenía de invitarla un café como el que me sangraba el bolsillo. De preguntarle, con mi rarámuri torpe, cualquier pregunta que tuviese el más mínimo sentido “Dime, Mariquita, ¿Acaso es negro el perro?, ¿Esa camisa es blanca? ¿De dónde vienes? ¿Dónde está tu mamá?” Ella, seguramente, en su bondad eterna de pies ligeros, no haría burla de mi acento golpeado, ni de mi testarudez chabochi. Quizá contestaría maternalmente; me contaría una o dos leyendas; me explicaría el verde de su enagua.

Haríamos un improvisado árbol genealógico, que nos llevara a concluir que somos hijas de la misma tierra, que nos parió el mismo campo. El café, probablemente, sería demasiado complicado para ella, -yo estaría encantada de simplificarlo con algo de pinole blanco-

Me pregunto si extraña su tierra, me pregunto, incluso, si esa tierra es siquiera la suya; o si, por el contrario, vive arrostrada por el ánimo inquebrantable de sus ancestros, de ser siempre ellos, y nunca nosotros. –Deberíamos todos de ser un poco rarámuris-

Me quedé con la bebida humeando entre mis manos. Flotando en la enagua verde se fue María Mariquita, arrastrada –casi- por la horda de mujeres enaguadas que le escoltaban el paso. Yo fui, tras su ausencia, a la vez más humana, y a la vez más pobre. ¡Cuánto no me hubieran enriquecido las respuestas surcadas en su frente!

Bebí, entonces, casi resignadamente, y ese sorbo de café en mi garganta fue el más solitario de los tragos.

Arioshi be, quise decirle… pero la indignidad me cerró los labios.







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7 comentarios:

Unknown dijo...

Al menos tú hablas torpemente el tarahumara..
hay quienes ni siquiera tienen el
respeto de mirarlos cuando les hablan



heme aquí, saludos

Pollini dijo...

jajaja... cuando una persona habla a un tarahumara usando su dialecto, me siento como cuando un gringo me dice: burrito! taco! cómossseiama?

Pollini dijo...

a poco no extrañabas mis comentarios?

Pollini dijo...

todos mal redactados... y abundantes

Samuecchi dijo...

Arioshi be significa "yo sí te daba".

Y Chu mu rewé es "¿quién ha sido tu última pareja sexual?".

Matétera ba significa entonces "Tus ojos se verían muy lindos si me miraran de abajo hacia arriba en una casi completa vertical".




Lo siento, pero no hay poder en el mundo que me saque de esta conlcusión interpretativa.



Caray, no puedo esperar para traducir poesía rarámuri.






Saludos improvisados, como la salida de esa tardenoche que me vino a caer muy bien.


Y hurra también por las notoriamente sobresalientes árbitras mujeres.

·A· dijo...

Sin palabras

Me dejó con un muy buen patín

Dairam Domínguez Ortiz dijo...

El asunto se complica cuando los verdes y los zurcos y las palabras que se intentan usar como símbolos de doloridos encuentros, no resultan más que "consuetudinarios" e inútiles esfuerzos.

Alguna vez entre los ladridos de los perros de ciudad, con sangre "amezcolanzada", como le digo yo, me dí cuenta que el destino de los pueblos ocurre siempre conforme al camino que se forja. El pueblo ha de tener que levantarse entre plomo y letra para dejar el eterno y somnífero compadecimiento que lo caracteriza.

Mira que nos han robado todo... hasta la tristeza.