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jueves, 21 de agosto de 2008

Inexistencia

Me tiro en la silla, sin fuerzas siquiera para que me hierva en la sangre la resbalosa fémina sentada a mi espalda. El día de mañana se desarrollará en los mismos términos que el de hoy.

Pido otra cerveza, estoy casi dispuesta a olvidar que no soporto el sabor que me deja en la boca. Tengo tanto tiempo para quejarme que no voy a reparar en el sabor del medio que me llevará a mi etílico fin.

Blah. Hoy tengo tan pocas ganas de andar jineteando la vida. Me apetecen tan poco la claridad de las mañanas y el refulgir de las sonrisas, que podría sepultarme indiferente en la apatía de mis horas, sin razón.

Blah, hoy el mariachi y el trío me dan exactamente lo mismo. La ciencia política y la política ficción no me producen siquiera cosquillas en el paladar.

Soy una contradicción en mí misma. Tengo el valor de una moneda de latón devaluada. Soy el punto vacío entre la indiferencia y la ignorancia. Soy el cúmulo de coincidencias que el destino descuidó.

Soy, y soy nada. Ni el amor que pasa, ni la pasión que se queda, ni el sueño que nunca llegó.

Blah. Estoy harta de ser la parodia que he sido las últimas semanas. Estoy harta de los insomnios endorfínicos, de los temblores embelezados, del odio y del amor.

Me enferman el vacío y la plenitud de mis horas desgastadas; mi apatía y enfado ante las mortandades que envician y anegan el aire, me enferman todas y cada una de las cosas que cicatrizan el corazón.

Hoy no tengo nada más que tiempo para quejarme. Tiempo para inexistir imperfecta. Para ignorar las consecuencias y felicidades de cualquier cosa que se mueva, para no vivir ni en el miedo ni en el amor.

Hoy soy y no soy. Hoy no sé, ni siento, ni me importa. Ni quiero preocuparme por infimidad catastrófica, ni por posibilidades nebulosas, ni por ningún magno amor.

Hoy soy, y soy nada. Hoy solamente me quejo. Y quejándome e inexistiendo, soy Yo.





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